UMAMIS. Real Casino de SC de Tenerife
UMAMIS
Ernesto Suárez
Enero 2025
En Las Mercedes
Hace unas semanas, cuando Atilio me llamó para comentarme que inauguraba y volvería a exponer nuevamente pintura figurativa, me daba una muy buena, a la vez que sorprendente, noticia. Por mis cuentas, hacía más de diez, quizá quince años, que no dejaba ver públicamente lienzo alguno. Debo ser sincero y confesar que había llegado a pensar que Atilio nunca más volvería a pintar o, al menos, a exponer obra pictórica alguna. Claro que esto no significa que se hubiera alejado de la práctica artística en favor de los quehaceres del mundo docente y académico para él también queridos, ni mucho menos. En estos últimos diez o quince años, su actividad ha sido intensa y se ha concentrado en la exploración de procesos muy dispares, si bien ha estado acotada particularmente en aquellos que tienen que ver con el sonido. Ahí está su trabajo, haciendo uso de la voz, en la improvisación musical junto a José Guillén, entre otros músicos. Igualmente, la materia sonora ha sido el elemento básico de las instalaciones que Atilio ha montado y expuesto también durante todos estos años. El abandono parcial de la pintura tuvo que ver con esas búsquedas. No obstante, a la vista está, la vuelta de Atilio Doreste como pintor deriva de esa dedicación y atención diversificada. Entiendan, así, por qué Umamis reúne e integra no solo pintura, sino que incorpora, con una misma intensidad y presencia, piezas de cerámica, escultura o fotograbado. Dejo apuntada aquí una idea, aunque prometo volver un poco más adelante a ella. Tras todo este tiempo y trabajo, hay en Atilio Doreste una toma de consciencia y aceptación del arte y la creación artística como síntesis orgánica de la experiencia.
Umamis puede considerarse, por un lado, como integración de un proceso y, por otro, paradójicamente, como ocultamiento de una clave esencial en la arquitectura de dicho proceso. Así, permítanme anotar, ya sea de manera precaria, algunos elementos que provienen de esas exploraciones y que se sintetizan en las piezas que Atilio ha escogido exponer.
¿Dónde queda el mar? Es esta una pregunta que probablemente, en más de una ocasión, nos hayamos hecho quienes vivimos en una isla, sobre todo cuando nos encontramos por alguna razón desplazados, fuera de los espacios cotidianos, en el extranjero. El mar orienta nuestra mirada y nos enfrenta. Detrás, la isla que es cumbre y enfrente, siempre e inevitable, el mar. Sí: ahí, justo ahí. No deja de resultar sorprendente que, para conseguir orientarnos, para marcar dónde estamos a nosotros mismos, utilicemos aquello que no deja nunca de mutar, una masa inconmensurable siempre en movimiento.
Es posible apreciar una suerte de desplazamientos y movilidades en la base simbólica y material de los óleos de Atilio. El más evidente es la contraposición de la naturaleza con el alimento. Es un desplazamiento brusco, diríase, incluso, violento. Si bien los lienzos de Umamis podrían interpretarse como una pintura de paisaje, el hecho es que los motivos naturales que centran cada obra se presentan como platos de comida: pulpos, salemas, cabrillas, morenas, erizos. Es decir, aquello del entorno que hacemos, literalmente, nuestro como alimento; aquello que nos hace ser: nos sostiene . Cuando comemos, lo exterior pasa a ser interior, lo extraño se convierte en lo que somos. Y somos, entonces, de alguna manera, el lugar. Repito: erizos, morenas, cabrillas, salemas, pulpos.
A su vez, en cada uno de los oleos el mar se concentra. Si lo líquido se encarna en el plato de pescado, y de pulpo, el océano -especialmente, ese inmenso mar del norte insular- se singulariza y empequeñece en forma de charco, de ondas en la orilla y entre rocas. Apenas rastro esquinado, sí, pero que permanece de alguna manera atrás de la visión, alongado hacia este lado. Permítanme una digresión. El poeta A partir de uno de sus propios versos, el poeta Pedro García Cabrera reflexionaba sobre cómo el paisaje se integraba esencialmente a partir de una metáfora donde la espuma que encumbra las olas cuando alcanzan la orilla se convertía en leche hirviendo. Para quienes ya hemos sobrepasado cierta edad, es fácil recuperar el recuerdo de la leche en polvo que, disuelta en agua, debía ponerse a hervir. También su sabor.
Retomo la idea que avancé antes. La atención a la más básica organicidad, el flujo de materia y energía hacia y desde el ser es, creo, lo que ocupa y orienta la propuesta de Atilio Doreste en Umamis. Flujos, ondas, vibración: el horizonte del arte como experiencia orgánica de los cambios y la inestabilidad que somos. Sin embargo, es difícil contemplar desde la fijeza aquello que es , per se, cambiante ¿Cómo acceder artísticamente a esa experiencia? Dokusho Villalba señala una pregunta habitual entre quienes se inician en la práctica de la meditación zen ¿Se debe controlar o forzar la respiración? La respuesta -dice el maestro zen- es siempre: “Solo se puede controlar aquello que se conoce íntimamente. Lo primero que un principiante debe hacer es observar atentamente su respiración y volverse íntimo con ella”.
¿Qué debe observar un artista en su práctica? O mejor ¿Cómo observar íntimamente la propia práctica artística? La respuesta que tienta Atilio presenta una doble forma. Por un lado, atiende a la relación entre lo técnico y lo azaroso. Por otro lado, explora el desplazamiento entre lenguajes y materiales. Ambas formas de atención, además, se combinan en cada pieza presentada en Umamis.
La múltiple experticia de Atilio Doreste es incuestionable. Profundo -y obsesivo- conocedor tanto de técnicas pictóricas, de fotografía y grabado, como del trabajo en horno y fundición, nada parece resultarle ajeno. Con ese perfil, cabría esperar una obra compulsiva y exquisitamente controlada. Sin embargo, desde unaa atención y comprensión profundas del proceso de creación, en Umamis se entrecruzan la precisión técnica y los flujos del azar de manera excepcional. Esta síntesis se aprecia especialmente en las obras de cerámica, aunque no solo. De la misma manera, la lúcida traslación de lenguajes y materiales da pie a obras que destacan intensas y -por qué no decirlo- divertidas y lúdicas. Atiendan si no a la cerámica en negro ¿No parece actuar como la sombra, como la imagen en negativo que contraviene y saca de sus casillas al bodegón pictórico tradicional? Así mismo, en los cuadros los planos armonizan sin solución de continuidad la cruda materialidad abstracta con la centralidad del motivo figurativo.
Voy acabando, pero antes debo referirme al título de la exposición y, en particular, al uso del plural en el mismo: Umamis. Como deben saber, el término proviene del japonés y viene a significar “sabroso”. En singular, se considera como el quinto sabor básico, además del dulce, el ácido, el amargo y el salado. Así pues, sería algo así como “el sabor sabroso”. Pero ¿cómo es ese sabor sabroso? Una alternativa ha sido considerar el umami como elemento que realza la percepción sensorial de las comidas, es decir, una sustancia o una mezcla de sustancias que, al aderezarse un alimento con ella, cambia sus características sensoriales. El umami provoca una alteración en la percepción gustativa generada que da lugar a la prolongación en el tiempo del sabor. Si el gusto es uno de los determinantes que desencadena la compleja sensación del placer en los seres humanos frente a la comida y el placer asociado a los sabores resulta de la percepción simultánea del gusto, el aroma y los estímulos táctiles, con sus Umamis, en plural, Atilio Doreste acaso nos está invitando a que experimentemos el vínculo con el arte y los lugares que habitamos también a través de esa integración plena y placentera de formas y elementos; que atendamos a sus flujos y vibraciones sinérgicas, a las olas de la experiencia que hacen sabrosa y prolongada la vida. Ojalá así sea.
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