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Piezas presentadas en Un oído solo no es un ser_03, Centro Cultural de España en México











Ciclo de conciertos curado por el respetado artista sonoro español, Llorenç Barber (Es) en formato semipresencial, donde disfrutaremos de los artistas mexicanos en directo con aforo limitado y de lxs españolxs de manera virtual.

Una serie de seis encuentros entre artistas sonoros de México y España que nos permitirá gozar de la diversidad de propuestas y sensibilidades sin buscar crear paralelismos entre unos y otros, pues actualmente la separación de naciones es más una ficción que una realidad gracias, en gran parte, a las redes sociales que han acercado formas y comportamientos. Hoy, desde el sonido del habla hasta los memes son compartidos. Lo que de verdad interesa es perdernos en los detalles, en el tipo de enfoque, en las maneras de ser sonido, en la traducción vital de nuestras realidades complejas, puestas en son, para fertilizarnos y enriquecernos juntos/as. Como antecedente a este ciclo de arte sonoro, Llorenç Barber refiere “me gustaría dar a conocer un acontecimiento que ya desde los años ochenta nos acerca. Es probable que pocos de ustedes conozcan a uno de los grupos mexicanos -hoy casi olvidado- que bien podríamos calificar de postulantes de un puro arte sonoro. Nacen en 1984 y tienen la osadía de darse un nombre intencionadamente equívoco, me refiero al grupo Música de Cámara, un apelativo que nos retrotrae al romanticismo de los salones de alta clase, pero cuando hurgamos en sus intenciones descubrimos que la anfibia palabra ‘cámara’, se refiere al ojo y a la cámara fotográfica que le permite escuchar el mundo mientras lo mira con cuidado. En efecto, este grupo enamorado del oír es ver, estuvo constituido por el compositor Arturo Márquez, por el fotógrafo Juan José Díaz Infante, y el artista español conceptual e interdisciplinar Ángel Cosmos; quien, cercano a la performance audiovisual y a las músicas gráficas del Grupo Valenciano Actum que yo creé en los años 70/80, trataba de importar todo lo que fuere Cage, Fluxus, improvisación libre, minimalismos, etc. En 1979 Ángel Cosmos se pone en contacto con nuestro Grupo Actum y cuando a comienzos de los años 80 viene a México, se trae consigo la partitura Comic de nuestro compañero, el compositor J. L. Berenguer. Una partitura visiva que consta de viñetas al modo como lo hace aquel juego de la oca de nuestra niñez”. Una vez en México, y conformado el Grupo “Música de Cámara”, Ángel Cosmos editará la partitura tal cual se concibió en Valencia como modelo y muestra de un tipo de composición gráfica; esto es, sin pentagramas. Solo con imágenes/emblema a interpretar con los ojos y los oídos. Arte sonoro en todo su esplendor. Un precedente que, modesto, nos acerca y que puede reverdecer apropiándonoslo nosotros los artistas del sonido de ambos lados del charco como señal y estandarte a compartir. Un oído solo no es un ser_03: SIC TRANSEAMUS, tal andamos, tal creamos “Son los 70 unos años en que se amontonan los modos y paradigmas creativos. Al indeterminismo/accionismo (Cage, Fluxus), minimalismos (Europa es diferente), conceptual, electroacústica y otras tecnologías, free improvisation, world music, etc., se le sumará por estas fechas un mega/paradigma: el nuevo paisaje sonoro, o soundscape. Nada casualmente, la biblia de este inabarcable paradigma (The Tuning of the world, de Murray Schafer), sale a la luz coincidiendo con la crisis del OZONO. Es decir, la primera ola que destapa a la humanidad, la fragilidad y la peligrosidad de nuestra maltratada atmósfera. Schafer lo resumirá con estas palabras: “It is necessary to conceive of the soundscape as a huge musical composition, ceaselessly evolving about us”. En mi país, sea por pillarle ocupado en dejar atrás una impresentable dictadura, sea por no disponer con facilidad del peculio necesario para adquirir un equipo base (magnetofón, micros, mesa de mezclas), apenas unxs cuantxs jóvenes de muy disímiles formaciones se sentirán atraídos por estas praxis. Por lo que sé, también en México el soundscape en su amplitud, ha sido rareza propia de pocos. Han paso tres cuartos de siglo y todo, desde hace unos decenios, ha cambiado. Claro que nuestro vivir urbanita, nuestras envejecidas instituciones y sus modos de gestionar y acceder a lo artístico, empujan a muchos y muchas artistas sonoros a adoptar los mismos o semejantes canales y maneras tradicionales de montar y mostrar sus propuestas. Las galerías, los museos, institutos y fundaciones con sus moquetas etc., sirven – malamente – para dar a conocer su trabajo. Un modo, éste, muchas veces reduccionista de concebir y mostrar muchos trabajos que debieron nacer para ocupar terrenos, noches, paisajes, urbes y lagos. Pero no todos los artistas practicantes del soundscape aceptan condiciones reductoras. Viven, conciben y gustan de las condiciones impredecibles de las intemperies. Para ellos ‘música’ será territorio a patear, a recorrer/descubrir, auscultar, arañar, escarbar y empatizar, aceptando en todo o en parte su singular ser ‘tercer paisaje’ preñado de (extrañas) señales, basuras, desperdicios o simplemente: despilfarro. Su crear devino en hurgar en a) intemperies y descampados con sus calmas chichas o sus turbulencias; b) inmiscuyéndose en el brotar de todo lo vegetal y lo animal; y, c) entre tropiezos con cuanto la historia – el paso de los tiempos, las mutaciones y hasta las eras- y sus restos y habitantes dejaron como sobra/sombra y memoria. Hoy tenemos una tarde de lujo. Nos visitan dos ejemplares de artistas del sonido que, cada cual a su modo y con sus singulares palabras, comparten circunstancias y modos de investigar/vivificar muy semejantes. Los dos habitan cerca y rodeados del mar, en terrenos vecinos a montes y desiertos. En efecto, Álvaro Díaz es y trabaja en la península de California, en Ensenada; mientras que Atilio Doreste es y trabaja en Islas Canarias. Los dos son profesores de universidad, y su mejor pedagogía es un crear a partir de perderse – a lo ‘flaneur’ – para perdiéndose encontrar lo verdaderamente importante. Lo insólito. Ambos coinciden en postular un arte de suelo. Un proponer que ancle nuevamente un arte –la escucha– que perdió pie con demasiados ‘estudios’, especulaciones y actitudes ombliguístas y ‘autónomas’. Para los dos, arte es andar. Caminar por el puro suelo. Para Atilio Doreste, arte es un ejercicio de suelo. Y decir ‘ejercicio’ es decir entreno, duda y roce con el fracaso y la ocassio calvata. Por su parte, Álvaro Díaz –con sus antrozoomórfias– prefiere referirse a un transformarse –ir es venir– entre lo humano (anthro) y lo animal (zoo). Poniendo el énfasis en ese “entre” que acerca, iguala y confunde lo uno con lo otro. Ambos, pues, se identifican con un arte/camino, un arte/moverse: somos andar, mudar, ubicuidad en trayectoria transitiva y transitoria. Puro calcetín que cuida nuestras alas que son los pies. Y esta entrega al moverse, sus velocidades y fatigas, les libera al tiempo que los aleja de cuantos cenáculos del administrador poder existen. Pero moverse –nadie lo dude– es oportunidad a mano. Y no van a renunciar a ello, por extraño y diverso que nos parezca. Todo eso les distingue y acerca en su singularidad irrenunciable. Sus indagaciones reflejan crudamente ese cambio en que nadamos: somos lo que luchas, los caminos son lugares, somos el espacio que respiramos y hallamos. Somos mirada nueva y escucha sutil. Con sus tropiezos e intuiciones, estos artistas construyen mundos”. Llorenc Barber, curador del ciclo.




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